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Huracanes: desafío a la ciudadanía peninsular.

Yucatán, 01 de Julio de 2024.- Este domingo, el huracán Beryl, el primero de la temporada atlántica de 2024, se fortaleció a categoría 4 en la escala Saffir -Simpson, mientras avanzaba hacia el sureste del Caribe. El Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, por su parte, ha lanzado la advertencia de que el meteoro se ha vuelto “extremadamente peligroso”.

Es cierto que el ciclón se encuentra todavía alejado de la península de Yucatán, a donde podría llegar en los próximos días. Esta es precisamente la ventaja que tenemos hoy en día sobre estos fenómenos naturales que potencialmente son sumamente destructivos y pueden arrasar con poblaciones enteras, como vimos recientemente con Otis, que impactó el puerto de Acapulco, en el Pacífico. En este momento de la historia, es posible prever la trayectoria y prepararnos para un impacto.

La península de Yucatán tiene un historial reciente de haber enfrentado a huracanes que por un lado reconfiguraron el territorio, creando entradas del mar hacia las rías y el sistema de petenes, pero que por otro lado han desafiado a la capacidad de convocatoria de las autoridades y puesto en entredicho la calidad de ciudadanos de la población obligada a tomar una acción para minimizar los daños provocados por los vientos, la cantidad de agua precipitada o el oleaje en las zonas costeras.
En realidad, los peninsulares hemos tenido historias en las cuales la prevención ha sido primordial ante la llegada de un huracán. Desde Gilberto, en 1988, cuando no se contó con aviso alguno hasta la mañana del 14 de septiembre en que el ciclón estaba a punto de entrar por El Cuyo, hasta la fecha, hemos avanzado en la organización por parte de los organismos de Protección Civil, pero también en cuanto a lo que cada uno puede hacer para evitar los mayores daños.
Es cierto que aún no es posible afirmar que contemos con una cultura de prevención que nos haga revisar protocolos establecidos. Sin embargo, existe un conocimiento más o menos establecido sobre medidas mínimas de protección a las agroindustrias, las dependencias de gobierno, buena parte de los negocios y también en algunos hogares. Esto, no obstante, no quiere decir que estemos completamente preparados para que los daños materiales resulten mínimos, y nuestra cultura de la prevención, como quedó demostrado con la reciente campaña de descacharrización del ayuntamiento de Mérida, no es integral y está condicionada a la colaboración efectiva de la población.
También es cierto que la desigualdad social existente en los tres estados de la península es un fuerte factor de riesgo ante un desastre natural. Las autoridades suelen avisar de los espacios acondicionados como refugio temporal, y siempre será menos lamentable la pérdida de bienes materiales que la de una vida humana. Por eso esperamos que la codicia no lance a ninguna embarcación al mar, en busca de especies de alto valor, y que tampoco nadie se ponga a sí mismo en peligro con tal de salvaguardar unas cuantas posesiones.
De algo podemos estar seguros: todos podemos hacer algo para prevenir que los daños sean mayores. Hay cuestiones a las que no deberíamos echarle la culpa al cambio de gobierno, como es en este momento en Yucatán. Ser ciudadanos implica precisamente reconocer que nos toca tomar acciones en lo individual y familiar, pero también estar alertas si en algún momento las autoridades nos llaman a evacuar porque la zona se ha vuelto insegura por la acumulación de agua, la altura que ha tomado el oleaje o porque los vientos están derribando postes y árboles.
Desde el siglo XX, la península ha tenido grandes maestros en cuanto al poderío de la naturaleza. Desde Janet, en 1955, luego Gilberto, en 1988; Ópalo Roxana en 1995;  Isidoro, en 2002; pero también algunos que en apariencia no eran tan fuertes y no obstante, aun siendo tormentas, dejaron al descubierto nuestras fallas en materia de prevención, como fueron Amanda Cristóbal en 2020.
Nos toca, por lo pronto, dejar atrás la creencia de que los huracanes fuertes que afectan a la península se forman en septiembre y octubre. Hoy podemos ver que temporada de ciclones quiere decir que estos se pueden formar en cualquier momento y es una época en la cual debemos estar al pendiente del estado del tiempo.
Revisemos nuestra historia frente a otros huracanes y hagamos un recuento de lo que podemos hacer mejor en vista de la posibilidad real de que Beryl llegue a la península. En materia de prevención, todos podemos hacer alto; también nos toca contribuir en la reparación de daños, si las autoridades nos llaman a ello.
Fuente: La Jornada Maya

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